Cierto caballero, conocido por una pasión por el canto
que no se corresponde con su oído musical, se topó una
mañana con que en su margarita había crecido una fuga
a cuatro voces que decía:
«Piedad, piedad, ponga fin a este espanto
jamás creímos que fuera posible
cantar tan mal y desafinar tanto.»